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Maléfica, mi villana favorita.

La princesa decidió hacer puenting desde la torre creando así un final alternativo para la estúpida rutina de siempre. Hoy  ha sido otro día más en el que me voy a dormir sin saber qué hay en el lado oculto de la luna – les replicaba con desdén a sus zapatos -. Si cierro los ojos puedo recordar el día que él vino a apagar todas las luces del reino para que yo pudiera imaginar mejor la vida en otro universo.
Y saltó mientras un tímido y enamorado actor secundario se apresuraba a poner más de mil almohadas para que no se hiciera daño en la caída.

Esa misma noche Maléfica se compró un disfraz de reo para autoconvencerse de que la culpa era tuya, tuya, y solamente tuya. Mientras, su séquito de villanos aplaudió la obra teatral.

La pantomima

Sabías que ahora todas las canciones se tornarían ruido y que por mucho que pisaras fuerte, nunca más ibas a dejar huella.  Te abrías paso entre los días como un poema triste, de esos que nunca acaban porque nunca llegaron a empezar. Te arrancabas la piel intentando borrar las caricias y deseabas que tu recuerdo me provocara ardor de estómago. Así cada vez que bebiera me acordaría de ti. 

Gota a gota

Yo sólo necesito que estés cuando llueve,
para que nos empapemos sin darle la vuelta al paraguas.

Las personas de segunda mano

Se fue
aunque siempre había prometido quedarse.

Entró por la puerta de la tienda de objetos de segunda mano. Se sentó junto a un puñado de trastos inútiles llenos de polvo. Cuando L apareció entre los pasillos escudriñando todas aquellas cosas inservibles, D cerró los ojos con fuerza. Los apretaba tanto que parecía que se iba a desatar un terremoto. Cruzaba los dedos detrás de la espalda y deseaba ser la elegida. Nunca había tenido el privilegio de ser la primera opción. Supongo que envidiaba a R por atraer todas las miradas y hacer que el mundo se parara con solo una carcajada. Pero R ya era un recuerdo o eso esperaba. Esta vez no quería volver de donde venía. L miraba con desdén todo aquello que consideraba no estar a su altura. Pero con R lejos, tenía que buscar todas las palabras que necesitaba oír.
L sacó un puñado de monedas para saldar su deuda en caja. No era lo suficiente para ti, le decía D. Pero yo sí, seguro que pensaba.


La lata de cerveza

Es un banco cualquiera en una plaza cualquiera con tanta tristeza en las manos que empieza a helar. Resopla con la boca entreabierta dejando ver que ya hasta el último inquilino de sus besos se ha decidido marchar. Y tira piedras contra su sombra porque no entiende nada y se proclama la reina de las perdedoras ante su séquito de fantasmas. ¿Ahora qué? Ninguna historia de amor tiene final si se arranca la última hoja. Y ella la había metido en una lata de cerveza que tiró al cielo en un intento fallido por dañar a la luna.