- No entiendo por qué vienes así vestido. Todo el mundo nos
mira.
- Voy a pedirle que se case conmigo.
- ¿Desde cuándo tienes eso claro?
- Desde que nuestras miradas se cruzaron en el baño de una
discoteca.
- No sé si deberías llamar a un juez para hacerlo oficial o
a un psicólogo.
- Reconozco que he perdido la cordura.
- ¿No has pensado que quizás si te pones algo menos
extravagante tendrás más posibilidades de que te diga que sí?
- Me va a decir que sí.
- Estás demasiado seguro. No sabes lo que piensa ella.
- Pero sé lo que siento yo. Dos personas así deben estar
juntas.
- Bueno, ahora no tienes mucho aspecto de persona.
- Pero seguro que la
hago reír.
- ¿Crees que eso es suficiente?
- Cuando se ríe el tiempo se para. El sonido que emite es
más bonito que cualquier concierto de Chopin, el tintinear de la lluvia contra
los cristales o el clamor del verano. Mi vida empezó a tener sentido cuando
nuestras risas retumbaron al unísono, seguramente por una estupidez sin gracia.
Desde ese día, quiero escucharla desternillarse al otro lado de la casa y yo no
poder aguantarme las ganas de soltar una carcajada con ella. Supongo que eso es
el amor, encontrar a alguien tan idiota como tú y vivir esa locura juntos.
- ¿Y por eso vas disfrazado de vaca?