Allá está todo previsto,
todo inventado,
todo medido.
Allá donde queréis que exista
tan sólo existe la supervivencia;
si es que la supervivencia ha sido alguna vez
consciente de su existencia más allá del instinto.
Allá donde queréis que exista,
en ese mundo gris de los deberes y los tic-tases,
de las leyes y las fronteras,
de los besos premeditados y los abrazos sin brazos.
Allá donde queréis que exista,
en ese vertedero de verbos inválidos,
de sonrisas acorraladas,
de ríos estancados en fosas humanas,
de esperanzas apolilladas, aparcadas,
en las miradas de tantos armarios tras los espejos.
Allá donde queréis que exista,
por vuestra propia tranquilidad,
por el halago infinito de poder
acompañarme a los días siguientes.
Aunque esos días sean sólo días
porque los dicte un calendario,
y sus noches sean no más que líneas
y aduanas de latidos.
Allá donde queréis que exista
lamentablemente sólo guardo mis olvidos,
el lastre que ha de sobrarme en el viaje,
la saliva caducada,
alguna frase que ya no vuela
de esos libros que nunca escribo.
Es en ese allá, donde
queréis que exista,
donde la muerte nos pisa los talones,
donde la vida siempre va un paso por delante,
donde ambas se convierten en los opresivos confines de los ataúdes
-es por eso que nací llevándolas ya de la mano,
para ahorrarme la tortícolis y el vivir en la asfixia-
Ay, lo entiendo.
Es cómodo mantener a alguien a la vista,
los corazón amarrados
y poder querer cuando se quiera,
cuando la deshidratación del alma así lo ansíe.
Y ay, lo entiendo.
Qué miedo producen los corazones desbocados,
la incertidumbre y la impotencia
que producen los intervalos,
hasta el acontecer
indómito y anhelado del siguiente latido.
Pero es de allá, de donde queréis que exista,
que por naturaleza, por condición,
por carácter, por idiosincrasia o por esencia,
de donde es prófuga mi alma.
Y es que habitan otros campos, sin orillas ni horizontes,
los tactos oriundos de mis pulsos.
Esos donde eyaculo ríos de vida a los vientres de la muerte.
Donde amo, donde fluyo, donde soy,
donde respiro, donde vengo, donde voy,
donde existo, donde suspiro, donde lloro.
Y sé bien, libre de arrogancia, vanidad u orgullo,
que no he de pedir perdón por saberme funambulista y daros
vilo,
pues me deberéis -a mí y a tantos-,
estos paisajes y sus átomos de oxígeno,
pues son obsequio de promesas que olvidasteis,
de espejismos y recompensas que os hicieron salir del fango
para seguir las huellas de la vida
…perseguidos
de cerca por la muerte.