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Mostrando entradas de noviembre, 2013

Cortázar



Crepita tu ausencia mientras se repite cíclicamente esta costumbre atávica de cada siesta de morder fuerte las palabras para no escupir un te echo de menos, quizás demasiado temprano, quizás mal colocado, quizás infravalorado. Lleno el abismo de no verte con novelas de amor - … andábamos para encontrarnos, me ha dicho Cortázar - . Me coloco de versos a falta de besos y de droga barata y acabo viendo espejismos hasta en mi propio reflejo y en mi sombra, solitaria.

Erase

Erase una vez un elegante triunfador que pisó una mierda con zapatos de diseño…

Erase una vez un respetable padre de familia que yendo de putas pilló ladillas…

Erase una vez un atractivo cachas que rodó por encima de su propio vomito…

Erase una vez un párroco al que le excitaba cagarse en dios…

Erase una vez una bella y fiel esposa derramándose en el sofá de su vecino…

Erase una vez que los cuarenta ladrones gobernaron un país…



...¡Coño! qué difícil resulta empezar un cuento a día de hoy.

Verdades como puños



Prosigue la batalla entre razón y corazón; a medio camino entre una y otra, en tierra de nadie, en ese lugar llamado garganta. Allí donde las palabras se atropellan, luchan por salir y ser pronunciadas. Los soldados de ambos bandos malgastan el tiempo atacándose entre sí, minando las fuerzas que deberían emplear en unirse para conformar una expresión uniforme y auténtica.


La verdad: aquella que no hace prisioneros y sólo deja un reguero de víctimas a su paso. Sólo unos pocos saben cómo usarla sin herirse a sí mismos o a quienes les rodean, por eso es un bien tan preciado y escaso. Todos deseamos la verdad, pero no todos somos capaces de soportarla.


Y tú, ¿de qué lado estás? Y yo, ¿en qué bando estoy? (Inserte aquí un momento de introspección.)

Locura


Ella era tu poesía
tu inspiración
tu musa
tus versos
sus besos
vuestro tiempo
la rutina
tu verso sin besos
tu elegía
tu sátira
vuestro odio
tu locura.

 

 

(In)justicia


Justicia perdió la venda que tapaba sus ojos y, conteniendo una lágrima, me sentó en un platillo de su balanza; con su mirada parecía decirme “esperaba no tener que encontrarnos otra vez”. Hablamos durante horas, en un vano intento de convencerla para que fuera benevolente. Pero el destino se antojaba inevitable: el platillo contrario comenzaba a pesar más que cualquier contrapeso que yo pudiera ejercer en el mío.


Y así, salí despedida hacia quién sabe dónde. Aún más lejos, si cabe, de cualquier oportunidad que pudiera haber tenido. 



Déjame

Déjame unir los lunares de tu piel, y crear sobre tu cuerpo constelaciones para perderme cuando no tenga dónde ir.
O no quiera.

Déjame recorrer con mis dedos la curva de tu espalda, y terminar hundiéndolos en tu pelo mientras te miro.

Como si no pasase el tiempo.

Y perdernos en él. O él en nosotras.
Y quedarnos como si irse no fuese una opción, y menos aún una intención.

Como si hubieses venido de visita, y decidieses que aquí se está mejor, en el desbarajuste de estas sábanas revueltas.



Déjame dejarte quererme.
Quedarte.
Salvarme.



Empire State



El humo inunda la habitación. El frío, que quema, penetra por la ventana. 
Las sonrisas fingidas se escapan, se desvanecen. Se cae la piel que sirve como envoltorio. El esqueleto, pútrido y astillado, queda a la vista. Un puñado de huesos mal puestos que duelen sólo con mirarlos. Son demasiado frágiles. 
Se convierte en amenaza cualquier pupila que se clave más de lo permitido. Hemos creado una puerta de acceso que no puede cruzar aquel que sepa más de la cuenta. Pobres títeres sin cuerdas. Marionetas que intentan romper sus hilos para no ser llevados por sus sentimientos. - Y piensa mientras le da otra calada al cigarro, ¿de qué sirve eso? -. 
El dolor, encerramos el dolor dentro de nuestro cuerpo. Realizamos cada movimiento con exquisita precisión para evitar ser descubiertos. Como un ladrón de cascabeles. – triste y cómica metáfora, ¿no crees? – que si comete un fallo milimétrico, generará tanto ruido, que será descubierto. 
No muestres nunca tus puntos débiles. Cúbrete la espalda. El amor te puede atacar desde la ventana más alta del Empire State, o desde los labios de una increíble rubia tirada en tu cama. No sabes cuál es la mayor altura, si toda esta mierda que te llena impide que sientas vértigo por alguien. 


¿Te acuerdas de cuando era diciembre? Más de trescientos amaneceres han pasado y has perdido la capacidad de sentir miedo por nada. Te volviste temeraria y destrozabas más corazones de los que ansiabas, ansias y ansiarás habitar. Joder. No puedes ser tan puta, tan piedra, tan coraza, tan iceberg que se derrite entre lágrimas en la almohada. Tu propia y solitaria almohada, porque no eres capaz de dejarte ver en cualquier parte ni con cualquiera. - ¿No te duele? -.
Todo esto es la espiral que has creado, donde tú has decidido ser el ojo del huracán. Pareces en calma pero se avecina el fin de mundo. Ojalá que acabe ya. Pon una bomba que destruya mis cimientos, genera un terremoto que descoloque mis vísceras. Llora tanto que se derrumben mis principios. Pero hazme caer y déjame en el suelo. No intentes levantar algo que no tiene fundamento. 
Esta noche todo se apaga, se apaga… se acaba.


Residuos

         
No me levanto, me quedo. No acierto a entender si por naturaleza, respeto, o por alguna reminiscencia romántica. Eso sí, cojo un cigarrillo e intento hallar un tema de conversación que apenas nos roce; como el humo.

Besas mi pecho. Es triste apreciar como un beso pueda significar la mejor de las fintas ante el contacto visual. Alargas el brazo para alcanzar el mechero y el paquete. Picadura de tabaco. Te permitirá estar en silencio mientras lías.

...lías, liar, liadas....

Así estaban nuestras piernas hace un rato. Y creo recordar tanto tacto como ahora.

Sabes perfectamente lo que ocurre. Tan bien como yo. Paradójicamente un lío. Aunque un lío mucho más sencillo que este vicio o aquellas piernas. O esa maraña en la que se ha convertido tu cabello.

¿Quién te ha despeinado tanto, por qué razón? Quizás piensas en eso mientras intentas contenerlo tras las orejas y enrollas concentrada el cigarrillo.

Mucho más sencillo. Más cotidiano y cruel.

Por fin decido levantarme. No te miro. Supongo que tú a mi tampoco. No es necesario. Ha pasado el tiempo prudencial. La barrera cordial que separaba la descarada indolencia, tanto de mis posibles ganas de orinar, como de tu absurda interpelación. 

De repente hace frío.

Me agacho a recoger el pringoso residuo de nuestra…¿pasión, lujuria, desahogo? No sé bien como catalogar nuestro...¿acto? En todo caso este excedente acabará en la papelera del servicio. Sabes que tengo la costumbre de introducirlo de nuevo en su envoltorio y enrollarlo con papel. Es una tontería, pero me parece algo higiénico.

Algo más cotidianamente higiénico.

Algo más desquiciantemente cotidiano.

Empujarlo así, despacito con el dedo, y liarlo bien…que no rebose el amor.


La moneda



-             (Tiras la moneda, cara)
Aprendemos a saltar a base de caídas.
Mordemos el suelo con rabia.
Limamos las heridas a base de asfalto.
Nos rompemos en mil pedazos
quizás por ello juguemos con ventaja.
-          (Tiras la moneda, cara)
Da igual no poder reconstruirnos,
ni siquiera a base de saliva,
ni siquiera a base de miradas.
La moneda tiene dos caras
y no siempre sale cruz,
y no siempre se gana.
-          (Tiras la moneda, cara)
Aterrizamos mejor cada vez que caemos,
caemos mejor cada vez que aterrizamos.
No importa lo alto que estés del suelo
no importa el abismo de su pecho
no importa tu miedo a las alturas,
el placer de volar
es la mayor de las recompensas.
-          (Tiras la moneda, cruz)