No me levanto, me quedo. No acierto a entender si por
naturaleza, respeto, o por alguna reminiscencia romántica. Eso sí, cojo un
cigarrillo e intento hallar un tema de conversación que apenas nos roce; como
el humo.
Besas mi pecho. Es triste apreciar como un beso pueda
significar la mejor de las fintas ante el contacto visual. Alargas el brazo
para alcanzar el mechero y el paquete. Picadura de tabaco. Te permitirá estar
en silencio mientras lías.
...lías, liar, liadas....
Así estaban nuestras piernas hace un rato.
Y creo recordar tanto tacto como ahora.
Sabes perfectamente lo que ocurre. Tan bien como yo.
Paradójicamente un lío. Aunque un lío mucho más sencillo que este vicio o
aquellas piernas. O esa maraña en la que se ha convertido tu cabello.
¿Quién te ha despeinado tanto, por qué razón? Quizás piensas
en eso mientras intentas contenerlo tras las orejas y enrollas
concentrada el cigarrillo.
Mucho más sencillo. Más cotidiano y cruel.
Por fin decido levantarme. No te miro. Supongo que tú a mi
tampoco. No es necesario. Ha pasado el tiempo prudencial. La barrera cordial que separaba la descarada indolencia, tanto de mis posibles ganas de orinar, como de tu absurda interpelación.
De repente hace frío.
Me agacho a recoger el pringoso residuo de nuestra…¿pasión,
lujuria, desahogo? No sé bien como catalogar nuestro...¿acto? En todo caso este
excedente acabará en la papelera del servicio. Sabes que tengo la costumbre de
introducirlo de nuevo en su envoltorio y enrollarlo con papel. Es una tontería,
pero me parece algo higiénico.
Algo más cotidianamente higiénico.
Algo más desquiciantemente cotidiano.
Empujarlo así, despacito con el dedo, y liarlo bien…que no rebose
el amor.