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Mostrando entradas de febrero, 2014

Fuego

Me dijo
"no te enamores de mi",
y yo
por seguir
el estúpido juego
le llevé
la contraria.    

Ojalá

Ojalá las musas vengan para quedarse
acurrucadas 
soplando a tus dudas
para que se disipen
y sólo quede el rastro
de tanta pesadilla
húmeda
sin ti.
Ojalá hablar menos y sentir más
escupirle al raciocinio
que duela más todo esto
pero que sangre menos
hiriente
herido
Ojalá el amor esté tras cada esquina
y sigas corriendo por las aceras
sin volver la vista atrás
esquiva
inerte
Ojalá todas las palabras
- no - 
se las lleve el viento
y se mezclen con tus dientes
siendo junto con tu sonrisa
causa y consecuencia
de todos los poemas
hasta los que se escriben en
cualquier baño
cualquier servilleta
Ojalá la altura ya no sea un problema
y los hospitales estén vacíos
de locos enamorados
en coma
por saltar
en los abismos
de un ojalá
incierto
que no desemboca
en tu ropa interior.
Ojalá todo esto
no estuviera lleno
de ojalás
que saben que no llegas
que no llegamos

y que nos hemos perdido.

Follando al norte de Europa

Dice la poesía
que eres muy puta
hasta cuando te enamoras
y gritas
sientes
y padeces
Te bajas las bragas
inundas
de excesos
su boca en tus labios
Y llueve
Como si follaras al norte de Europa
con el corazón helado
la cabeza en otra parte
los cristales empañados
enseñando todo
hasta los tobillos
para calentar
incluso a la razón
En cualquier esquina
pero no cualquier cosa
y es que puestos a elegir
prefieres ser puta
sentir
y padecer
hasta cuando te enamoras
y gritas
y arañas
y murmuras
ojalá ser del norte de Europa
y tener el corazón helado
y quererte menos
y follarte más.

A rayas

A media noche me desperté, asfixiada por mi propia tristeza.

-          ¿Salió bien?

-          No, ni siquiera nos tiramos los trastos a la cabeza.

De almas gemelas y otros pretextos

La fácil no es pensarte
dibujarte
desdibujarte
Lo difícil no es olvidarte
es desear hacerlo.
Fue prosaica
lírica
mística
mundana
Hasta el anochecer
previo
se olían
tus ganas
con mis manos ansiosas
engañando al reloj
buscando si el futuro
llevaba tu nombre.
Hablamos de almas
gemelas
y de otros pretextos
para callar al raciocinio
y no admitir
que lo imposible
si existe
es odiarte
y
lo fácil

es.

¿Recuerdas...?


- ¿Recuerdas cuando…? Ah, nada, perdona. Olvidé que ya no eres tú.

- No comprendo.

- Dejaste de ser aquel “tú” que solías ser.

- ¿Qué crees que ha pasado?

- El tiempo.

Versos de abismo


Ciertas canciones melancólicas duran menos de lo debido,

se desgastan antes que nuestras ganas de destrozarnos;

hay noches a las que les ocurre lo mismo,

finales tras los que se continua,

versos grises y arrodillados,

versos de transición.

Versos lapidarios descifrados por el sol,

versos de abismo a resurrección.

Versos que, entre curiosos y expectantes,

husmearon,

suplicantes,

los precipicios de la noche anterior.

El otro lado

- Sobrevivir sin carne está infravalorado.

- Y respirar debajo de tantas olas ya no se considera deporte de riesgo.

- Ni siquiera deporte olímpico.

- Siempre fui más de sofá y película los sábados. Y de esperarte eternamente los domingos.


















- Pero nunca llegaban.

- No emprendimos camino.

- En mitad de la distancia entre tu cuerpo y el mío se preparaba la batalla.

- Me hubiera rendido.

- Te recordaba más competitiva.

- Lo difícil no es olvidar sino dejar de recordarte.

- Simplemente tienes que mirar hacia otro lado.

- Pero nadie puede callar a la música.

- Sigo sin ser capaz de alcanzar el la bemol a silbidos y me canso de tatarear aquella francesa que cantabas en la ducha.

- Ojalá París contigo.


















- Hay errores que sólo se comenten una vez.

- Yo a ti más que error te considero olivo.

- Olivo, mesa, azul, cascada, vuelve, coraza, iceberg.





Destrozadas (Una historia de WC)

La empujó contra la pared del servicio, se habían saltado la cola y los preliminares. Una lágrima de tequila, que aun escurría por su barbilla, fue lamida con avidez. Rocío pudo sentir el limón aun en su aliento, a la par que unos diestros dedos hacían saltar el botón de sus vaqueros buscando con urgencia reescribirse en ella.

Se perdían la cuenta de los labios allí implicados; velocidad, palpitaciones, gemidos…

El vestido de Andrea tenía el aspecto de una sábana arrugada alrededor de su cintura. Rocío habría arrastrado sin duda, bajo las uñas, algún pedazo de su piel al deslizarle ferozmente los pantis hasta las pantorrillas.

Aquello le escocería después más que su corazón.

Andrea se mordía algún dedo sintiendo como aquella lengua revoloteaba recolectando todo el néctar que pudiese en el menor tiempo posible. Se sabía empapada. Se sabía incapaz de diferenciar donde acababa su piel y comenzaba aquella sed, aquella boca.

Guerra. No quería correrse, quería correrla. No era justo, pero ya era inevitable. Esto no quedaría sin réplica. Ansiaba verla estallar; pero ya era inevitable. Convulsionó indómita, salvaje. Sentía que le fallaban las rodillas, que era absorbida por aquella maraña pelirroja que succionaba entre sus piernas. Demasiado ruido quizás, demasiado lapso, demasiada cola...pero esto no iba a quedar así.

Revancha. Contraataque. Vendetta.

Los pechos de rocío eran salados dulces tras media noche en aquella pista.

Mirando los titilantes parpadeos del fluorescente del baño, intentaba inútilmente controlar el volumen de sus jadeos. Andrea le tapó la boca con una mano mientras introducía los dedos en aquel cálido y abundante oasis en el que había mutado su sexo.

Separó la cara de la yugular de Rocío y la miró desafiante.

Vas a correrte guarra, vas a deshacerte en mis manos. Estás perdida. Quiero ver cómo te retuerces.

Y Rocío no pudo más.

Y Rocío exhaló con violencia un bramido animal sobre una mano, un tembloroso estremecimiento, irreprimible, sobre la otra, y se dejaron llover algunas tibias gotas en el reverso de sus pantalones.


Era tarde. Nada fuera de lo común para una estudiante en sábado. Rocío desandó el corto camino hacía su piso con la vaga certeza de haberse destrozado algo en aquel servicio. Se palpó mentalmente. Se consoló sabiendo que no había sido el corazón. Aun sentía la humedad. Echó un vistazo rápido a sus pantalones y se alegró por un momento de no haber elegido aquel día los de color rosa; no podría haber pasado desapercibida con aquella mancha. Comprobó que sus manos todavía olían a ella. Y estaba segura que bajo el sabor del cigarro aun permanecería el suyo.



Era tarde. Cada vez se hacía más difícil e irritante la hora de cierre. La gente se empeñaba en permanecer incluso sin música. Tocaba la fastidiosa tarea de avisar, grupo a grupo, que el local se disponía a cerrar. Un ligero repaso a las neveras. Una busca y captura de vasos y botellas vacías. Un rápido vistazo a los servicios. Y alguna vez que otra, la desagradable función de tener que recoger algún hediondo, repugnante o incoherente residuo…como aquellas bragas destrozadas.

Ancianas Señoritas

Míralas.

Saben de dolor, de desengaño,

de pasiones desgastadas y rímeles vencidos.

Saben de arrugas, de miradas sugerentes,

de noches, de barras,

de maquillajes en lavabos,

de carreras en las medias,

de maridos desahuciados,

de penes exprimidos

y señores explotados.

Míralas.

Algunas duermen niños,

todas lucen collar.

Algunas derraman la copa,

otras descorchan un galán.

Saben de cigarrillos en las puertas,

de carmines en los vasos,

de perfumes, de humaredas,

de bailes obscenos,

de sonrisas a medias,

de despedidas soñolientas,

de olvidadas sábanas,

puntos g

y tacones rotos.

Míralas.

Saben de escaparates,

de domingos agrios,

de malos alientos,

de pieles de naranja,

de amores nunca hallados.


Yo las miro…las miro,

y nunca me encuentro.

Me rebosáis (a R,a L, a C)


Qué mayor anhelo

que ser dictado por vuestros labios.

Quizás aspirar, alguna vez,

a secaros la garganta,

o a convertirme en lágrima recolectada

por la yema de algún dedo.

Qué mejor anhelo que caminar a vuestro lado,

que convertirme en verso espirado,

en hoja de otoño,

en gota de lluvia,

durante algún paseo solitario.

Qué mayor anhelo

que ser caricia en la pupila,

y formar parte de vuestros atlas.

Dr. Suicida

Para deshilar hay que habitar mucho más abajo,

atarnos al cabo y dejarnos caer.

Hacer puenting desde la cabeza,

columpiarnos hacía el corazón.

Por eso llevo unos días auscultando latidos,

midiendo distancias,

descosiendo redes. 

Bragas predispuestas (a baby hell’s)

No me creas,

a pesar de afirmar el artificio,

también moriría en sus brazos.

No me creas,

aunque a veces el aire sea lo único que necesito,

me asfixiaría con gusto en esos besos.

No me creas,

deja que te secuestren,

que terminen de deshacer tus bragas

feroces puñaladas de caricias.

No me creas,

porque mis sedientos momentos

se saben tan desterrados como los tuyos,

porque aunque a veces mis techos sean lo único que necesito,

también volaría,

moriría, me rendiría,

ante los destrozos ávidos,

anónimos,

de alguna cualquiera,

en cualquier servicio. 

On-line


Dios se escribe con mayúscula,

como Mierda;

aquí hay una tecla de distancia a cualquier mentira.

Os vi alejaros


Os quiero, y no me llevaré nada de vuestra silueta,

a pesar de que la lamería,

de que la estoy lamiendo con estas letras.

Os vais, no estaré, nada me salpicará,

y sin embargo me voy crucificado en estas letras.

A fuego en la pupila aquella diapositiva,

vuestras manos enlazadas,

vuestros pasos alejándose,

hacía un rincón en el que algún dios pudoroso cierra los ojos,

gemís,

y desdibujáis el mundo en un suspiro.

Clavos


“Un clavo saca otro clavo.”



Y es que no entendía lo de los clavos. Quizás esta es la razón por la que el universo ha decidido poner las cartas sobre la mesa.

Y quien dice ‘cartas’, dice ‘clavos’. 
Y quien dice ‘mesa’, dice ‘por todas partes’.

Fue el día en que relaté aquel cuento que no hicimos nuestro cuando apareció el primer clavo a mis pies. Como si hubiera caído de mi cuerpo, como si hubiera sido expulsado de él por tratarse de un cuerpo extraño. “Bonita casualidad”, pensé, sin más, sin saber que en realidad era una manera de decirme que ya no había lugar para aquel frío trozo de metal, que hasta entonces había estado incrustado en mi interior. No había lugar para él ni para el dolor que ocasionaba.

Cuál fue mi sorpresa al descubrir, el día en que escribí sobre nuestras ciencias celestes, un segundo clavo justo a mis espaldas. Tras un instante de desconcierto, una risa nerviosa inundó la estancia. “¡No puede ser! Sencillamente no puede ser…”, me decía a mí misma mientras examinaba el nuevo clavo que, curiosamente, era de mayor tamaño que el primero. Lógico, ya que la herida que este había provocado era de dimensiones considerables: había hecho falta mucho tiempo y esfuerzo para desalojarlo. Mis frenéticas carcajadas denotaban que había captado el mensaje.



Universo: valiente y astuta ramera… Supongo que he de estarte agradecida por estos guiños que me brindas.