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Mostrando entradas de enero, 2014

Manzanas

Eras la más bonita de las coincidencias, las coordenadas exactas en el desorden de mis suspiros 
sin 
destino 
y de dedos desabrochando mi camisa. 
Eras el pecado subyacente en la más terrible pesadilla. 
Eras el deseo irrefrenable que bañaba las fronteras de tres países a la redonda. 
Eras caos. 

Eras el más precioso caos en una escena costumbrista.

Debo comprar manzanas, berenjenas y la basura hay que sacarla y no he apagado la plancha.
Desde aquí se nota el calor.
El calor
y
pienso en ti.

Eras el futuro más incierto al otro lado de la almohada. 
Eras error.



Pero hay errores, 
que son maravillosos.

Viniste a gemir

Eso que llamamos soñar nos estuvo esperando a la vuelta de la esquina,

tras la almohada.

Eso que llamamos complicidad nos estuvo esperando a la vuelta de la esquina,

tras la cama.

Esto de ahora se llama gemir.

Has venido a gemir, no te engañes. Ambos nos hemos equivocado.

Eso que llamamos amar nos estuvo esperando a la vuelta de un latido,

cuando estábamos vestidos, justo antes de olvidarnos;

tras nosotros.

Esa caricia que tú y yo andábamos buscando,

esa que traería la calma y el sosiego,

nos debió dar esquinazo tras el primer beso.


Esto de ahora se llama gemir;

chupa y calla.

Deforme

¿Tanto dura esto?

Otra película, otra cerveza. Escribir.

Dejar puntos sin finales. Estoy sepultado en aburrimiento.

“Disfrutemos con la polla fuera”

acabo de escuchar en la serie.

Una de esas americanadas llenas de autocrítica, cinismo y erecciones.

Uno de tantos sucedáneos con los esquivar el cielo.

Pero mis días pasan lentos, espesos,

y menos cálidos que el semen que derramo.

Mi cuerpo termina balanceándose siempre

hacía el mismo lado de la cama,

ese que dejo libre a los fantasmas

-deben ser de viento y yo de ahorcado-

Si me concentro demasiado en el alma

mis dedos son martillos compresores

haciendo añicos todo a su paso;

una papilla de excrementos, puzles y cristales.

¿Tanto dura esto?

Ser humano se ha convertido en ser deforme,

en aceptar a nuestro Mr. Hyde

y rogar que no acabe con nosotros

-somos tantos en este espejo roto-

Sin embargo tiene cierta gracia el posar

los dedos sobre el teclado y verlos arañar.

Comprobar como perseveran y se revuelven en busca de aire

ajenos a mi; huyendo de mi


…hay muchas formas de estar enterrado.

Vértigo

Voy conjugando - a destiempo -  cada talón punta mientras doy un rodeo de camino a tu casa. Creo que así se enlentece el tiempo, surgiendo la última oportunidad de tejer excusas que me salven - esta noche - de un juicio rápido donde me declaren culpable 
por quererte tanto. 
Quizás la solución sea saltar desde lo más alto, desde algún balcón con complejo de rascacielos que no me dé tanto vértigo como el olor de tus excesos - esos que dejan manchados mis dedos - al despertar cada día 
entre los vértices de tu cuerpo. 
Y es que no hay mayor arte, 
que la poesía 
del sexo.

.

Me soltaste,
y con tanto viento salí tan volando
que no sé dónde he ido a parar.

Tinta invisible



Hojas escritas en horas prescritas. Páginas que narran historias que no llegaron a suceder o que sucederán en otras realidades. Historias que fueron escritas con zumo de limón, formando trazos ininteligibles e invisibles, siendo condenadas a no poder ser leídas salvo que reciban calor. Calor que mueva algo por dentro y ponga en marcha la maquinaria, así como Calcifer mueve el castillo de Howl. Calor de un corazón.



Reloj de arena

El lunes se convertía en pesadilla para vengarse de todo el odio que le profesamos al domingo. Ella seguía con sus idas y venidas, absorta en mitad de la nada. Imaginaba cómo era la manera más perfecta para quitarle la pila a su reloj de arena. Lo mismo así no se para. De pronto llaman a la puerta. Sigiloso mover de manivela. Es la realidad, llega sin avisar, entra y la zarandea. Ella se coloca el pelo con exquisita precisión y observa que no ha sido capaz de parar el tiempo y que debe girar de nuevo el reloj. Una de cal y otra de arena, y sigo sin saber cuál es la mala y cuál es la buena. No hay tempestad que pueda con Ella ni beso mal disparado aunque Alemania comience otra guerra.  

Si hay que jugar escojo el bando de los perdidos,
de los que siempre dejan en cualquier lado la cabeza.
Es mejor tener los pies fríos
y la boca en la tierra.
Así se me olvida el sabor de las lenguas muertas,
de la saliva prohibida en el agujero más profundo de aquella tristeza
donde perdí otra batalla de tus manos contra la pared
y mis dedos…
en tu espalda.
Pensando en lo perfecto del infinito en tu mirada y  yo
Yo…
Yo…

…ya no recuerdo nada.

Maldito Midas


Las rocé y se convirtieron en carne.

¿Hacía quién apuntas tu erección?


Eyaculaba sobre ellas, o dentro de ellas, y la putrefacción se desbocaba.


¿Quién será tu próxima víctima?


Dormí rodeado de muerte, abrazado a cuerpos marchitos.


¿Hacía quién apuntas tu aguijón?


Tras el orgasmo una marcha fúnebre; otra mancha fúnebre.


¡Maldito Midas!


Si pudiera reparar el estropicio... 


Si todos esos cadáveres me acorralasen...


¡Maldito escorpión!




De tronos, de trozos y destrozos



Cenicienta estaba emocionada: al fin había recibido la invitación para el baile. El simple hecho de acudir despertaba en ella una alegría natural, plagada de cientos de sonrisas sinceras.
 
Así, se subió a aquellos zapatos desde los que tan alto se veía todo, aquellos que le daban vértigo, y se encaminó a su destino. Volvía a ser la guapa de la fiesta. Llegó envuelta en su burbuja de dicha, que estalló en cuanto sus tacones pisaron la estancia.

“¿Qué hace aquí toda esta gente? ¿Acaso no lo entendí bien?” Sacó la invitación de su bolso y se dio cuenta de que no había leído la letra pequeña… El príncipe era princesa y los camareros sólo servían cerveza: el plan perfecto para perder la cabeza.

Corrió la cerveza, corrieron las lágrimas, pero más corrieron sus ganas. Sabía que tenía que darse prisa, se le acababa el tiempo. Las campanadas estaban a punto de sonar. Se encontró con calabazas y no eran las de su carruaje.

Aun así dejó su zapato en la mesilla, con el tacón manchado de lo que sin duda alguna era sangre de las heridas que se hizo al arrastrarse (o zumo de fresa, quizás fuera zumo de fresa).

Allí quedó pues el zapato, por si algún día, princesa, te decides a buscar a Cenicienta.





Epílogo

Cenicienta ya no espera. Cenicienta sigue avanzando descalza. Y camina, no para. Sabe que cuando esté exhausta puede detenerse a descansar, a admirar el paisaje. Que quizás encuentre en el camino a alguien que le preste sus zapatos (y si son zapatillas aún mejor, que son más cómodas). Ha abierto los ojos y ha cerrado un poquito el corazón. Se ha percatado de que no son los cuentos como los pintaban: la realidad son princesas anoréxicas e infantas imputadas.

Salvajes

Podemos recorrer en silencio, a bordo sólo del tacto, el mapa de nuestras vidas.

Escuchar de las miradas que el tiempo nos descarta,

que no somos importantes, que nadie nos espera,

que nunca tuvimos entidad más allá de la saliva.

Sentir que esta habitación es nuestro pequeño planeta

y caminar como astronautas, que flotan perdidos, al separarnos para ir al baño.

Rasgar ese dique de la palabra, tan limitador,

con la veracidad desbocada de la caricia.

Hilar amaneceres de esta lamparita que parpadea,

noches cerradas de las bocas, noches lluviosas de los vértices.

Jugar a olvidar el nombre de los besos, el horizonte de los cuentos,

las fronteras del abrazo, nuestro pan de cada día.

Hacer de esta cama un lugar nunca hallado, una tierra inexplorada,

donde descubrirnos en cada despertar más salvajes y menos domésticos,

más ciertos, menos locos, más mudos.

Curiosidad

-          No es fácil ser la actriz secundaria y que nunca te llamen para un papel principal.
-          Mi vida tampoco es perfecta.
-          No puedes saber lo que siento. No eres capaz ni siquiera de mirarme a los ojos.
-          ¿Cómo voy a mirarte si sé que voy a perderme en ellos?
-          Siempre has sido cobarde.
-          Nunca me he orientado nada bien. Me pierdo con facilidad. Y me temo que si sigues llorando no me voy a encontrar.
-          Mientes.
-          Los flanes nunca mentimos.
-          ¿Ves? ¿Cómo puedes sentir nada de esto si un flan no tiene corazón?
-          Pero estoy temblando. Quizás por todo el miedo que me tengo.
-          Al menos no te asustas de mi.
-          Nunca podría hacerlo. Me has hecho descubrir que la curiosidad mató al gato. Y yo ya he sido gato. Y curiosa.
-          Pero es lo que mantiene vivo al ser humano.

-          Quizás yo ya esté muerta. Ya sabes, un flan no tiene corazón.



Vas solita

Odio que me interrumpas cuando te estoy olvidando.


Peter Fran


Aprendo de los reflejos la espiral del desagüe de las penas;

para cada gota de lluvia, un sumidero de emergencia:

Para aquellas tediosas sombras zurcidas a mis talones,

las que recorren tristes los andenes,

las que agitan húmedos pañuelos en estaciones.

Para aquellos personajes suicidas, funámbulos en una triste frase,

eternos insurrectos al emborronado,

aferrados a las dentelladas del tic-tac de mis almohadas,

dictados en pizarras saladas por el mismo reverso de estas tizas,

esgrimo mil estocadas de tippex del tintero infantil, que paciente, me aguarda tras la mirada,

sobre las que tatúo para cada día un sueño y un no envejecer,

burlando al pirata de los espejos con una sonrisa.