¿Dónde estamos ahora?

No, no era tan difícil explicar qué pasaba. ¿Tú no sentías mariposas en el estómago? Deberíamos haber desayunado. Te lo dije. Pero es que es estabas tan guapa que era imposible recordar nada.
Tengo que comprar pan, tengo que comprar pan, tengo que… tengo… te… tu sonrisa. Y así hacía alarde de mi poca memoria y de mis ganas por besarte. Cualquier rincón era excusa. Daba pasos de gigante hacia tu boca y aún así el camino era interminable. Tanta distancia recorría que llegó diciembre en primavera.

Ocho segundos hacen falta para enamorarse. A mi me sobraron tres semanas. ¿Recuerdas? Por quererte quise poner en prosa todo lo que era beso, o al revés. Cada vez que te preguntaba con qué rimaba corazón tú comenzabas un debate sobre el frío que hace en Rusia y lo magnífico que sería abrir allí un negocio de estufas. Yo sólo podía pensar que hasta los polos se derretirían si te encontrara cada noche al otro lado de mi almohada. Así que te callaba con risas a deshora y, al ver el movimiento de tus labios, me daba cuenta de que cualquier intento de verso era un error, si tú, amor, ya eras poesía.


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