Sin embargo
A él le abrumaba sus andares de Cenicienta, su sonrisa cada
mañana y el océano que tenía por ojos. Podría haber pescado cualquier resfriado
en uno de esos maremotos que su mirada provocaba cada noche durante la cena,
antes de empezar a devorarse el uno al otro. Prefería ver las olas en sus
pupilas antes que en un apartamento en primera línea de playa, sin aire
acondicionado, seguro.
A ella le temblaban las manos cada vez que se encontraba
algún suspiro entremezclado con un puñado de yo no voy a enamorarme, pero sin embargo, te quiero. Tenía los pies
sobre la tierra y cambiaba de rumbo si veía en el horizonte que ya salía el sol
y que aún dormía en la misma cama con el hombre que le había hecho sudar más de mil
horas aquella noche.
Todo hubiera sido más fácil si la noche fuera día para él y
el día fuera noche para ella. Él se estremecía si no la veía amanecer, ella lo hacía
si pensaba que era amor todo aquello. Así que él se pasó los días en vela
esperando a que ella regresara y ella se pasó las noches viendo amanecer buscando las
coordenadas exactas de su miedo, para no volver.
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