Destrozadas (Una historia de WC)

La empujó contra la pared del servicio, se habían saltado la cola y los preliminares. Una lágrima de tequila, que aun escurría por su barbilla, fue lamida con avidez. Rocío pudo sentir el limón aun en su aliento, a la par que unos diestros dedos hacían saltar el botón de sus vaqueros buscando con urgencia reescribirse en ella.

Se perdían la cuenta de los labios allí implicados; velocidad, palpitaciones, gemidos…

El vestido de Andrea tenía el aspecto de una sábana arrugada alrededor de su cintura. Rocío habría arrastrado sin duda, bajo las uñas, algún pedazo de su piel al deslizarle ferozmente los pantis hasta las pantorrillas.

Aquello le escocería después más que su corazón.

Andrea se mordía algún dedo sintiendo como aquella lengua revoloteaba recolectando todo el néctar que pudiese en el menor tiempo posible. Se sabía empapada. Se sabía incapaz de diferenciar donde acababa su piel y comenzaba aquella sed, aquella boca.

Guerra. No quería correrse, quería correrla. No era justo, pero ya era inevitable. Esto no quedaría sin réplica. Ansiaba verla estallar; pero ya era inevitable. Convulsionó indómita, salvaje. Sentía que le fallaban las rodillas, que era absorbida por aquella maraña pelirroja que succionaba entre sus piernas. Demasiado ruido quizás, demasiado lapso, demasiada cola...pero esto no iba a quedar así.

Revancha. Contraataque. Vendetta.

Los pechos de rocío eran salados dulces tras media noche en aquella pista.

Mirando los titilantes parpadeos del fluorescente del baño, intentaba inútilmente controlar el volumen de sus jadeos. Andrea le tapó la boca con una mano mientras introducía los dedos en aquel cálido y abundante oasis en el que había mutado su sexo.

Separó la cara de la yugular de Rocío y la miró desafiante.

Vas a correrte guarra, vas a deshacerte en mis manos. Estás perdida. Quiero ver cómo te retuerces.

Y Rocío no pudo más.

Y Rocío exhaló con violencia un bramido animal sobre una mano, un tembloroso estremecimiento, irreprimible, sobre la otra, y se dejaron llover algunas tibias gotas en el reverso de sus pantalones.


Era tarde. Nada fuera de lo común para una estudiante en sábado. Rocío desandó el corto camino hacía su piso con la vaga certeza de haberse destrozado algo en aquel servicio. Se palpó mentalmente. Se consoló sabiendo que no había sido el corazón. Aun sentía la humedad. Echó un vistazo rápido a sus pantalones y se alegró por un momento de no haber elegido aquel día los de color rosa; no podría haber pasado desapercibida con aquella mancha. Comprobó que sus manos todavía olían a ella. Y estaba segura que bajo el sabor del cigarro aun permanecería el suyo.



Era tarde. Cada vez se hacía más difícil e irritante la hora de cierre. La gente se empeñaba en permanecer incluso sin música. Tocaba la fastidiosa tarea de avisar, grupo a grupo, que el local se disponía a cerrar. Un ligero repaso a las neveras. Una busca y captura de vasos y botellas vacías. Un rápido vistazo a los servicios. Y alguna vez que otra, la desagradable función de tener que recoger algún hediondo, repugnante o incoherente residuo…como aquellas bragas destrozadas.

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