A la sombra de los bucles

Todo llega. Puede darnos miedo imaginar y aunque así ocurriera, se nos haría del todo imposible trabajar con lo no sucedido, aun sintiéndonos amenazados por el espectro del pánico. Atender pues incesablemente al todo llega, puede anclarnos a una vida sobrada de ansiedades, repleta de fabulaciones y nonatos amaneceres.  Todo vuelve y de esto, si somos conscientes, también se nos hace responsables. Si aprehendimos correctamente la lección y si estamos preparados, si nos hemos hecho de las herramientas adecuadas, aquello que regresa puede ser modelable; al igual que el barro, al igual que el mármol.

El Moisés de Miguel Ángel, por ejemplo, es probable que fuera una forma de regreso, un concepto de vuelta. Algo que sucedió tiempo atrás, como deformidad, en algún estado de inconsciencia del autor para dar lugar luego más tarde, y estando este ya pertrechado con la claridad que proporciona la experiencia asimilada, al parir de esa brecha perdurable en la belleza, a ese instante precioso robado a las formas, a la luz y la piedra, a esa obra desinteresadamente entregada, desprendida, obsequiada para cualquiera que tenga oportunidad de admirarla; pues nunca tuvo ni podrá tener más dueño que nuestra pasajera pupila.

De otra forma, no contraria sino ataviada aun de ceguera, puede ocurrir que la vida se nos antoje bucle. Otros gestos, otros materiales, otros nombres, pero que no obstante portan los mismos mensajes, las mismas encerradas creaciones a las que no supimos dar diseño ni extraer de su primera venida y que en manos todavía inexpertas, vuelven a estar abocadas a otra infructuosa manipulación, quedando pues relegadas a otro momento de nuestra existencia; como pacientes e indestructibles semillas que nada supieran de primaveras pero se empeñaran en florecer bajo el sol o la lluvia de cualquier estación y que sin estar sometidas a reglas de tiempo y lugar, repitiéndose con el salvajismo irregular que les otorga la naturaleza, sin tactos ni condescendencias, esperasen intempestivas asaltarnos allí donde despierte nuestra consciencia, sin darse por vencidas, ofuscarse o agostarse, ante nuestra reincidente imperfección o inmadurez.

El todo llega puede abordarnos con o sin sorpresa, con o sin ilusión; es la nueva remesa, los nuevos lienzos, las nuevas palabras, las nuevas semillas, el nuevo reto, el nuevo miedo que vencer, la nueva piedra con la que tropezar, los nuevos materiales que moldear. El todo vuelve no es más que la sucesión incesante de todas las obras que dejamos a medias, que destrozamos, que destruimos o que de modo necio pensamos que podrían ser olvidadas o enterradas tan hondo que jamás pudiesen volver a emerger.

…Y ahora toca ver como vuelves a brotar y no adueñarme de esa sonrisa. Hacer todo lo posible para que crezcas libre y eterna. Para que cualquiera disfrute tu luz, tu vuelo, tu brillo. Ahora toca que estos dedos no sean tijera, no sean de poda sino de artista, de creador-dador y aspirar algún día a dormir bajo la caricia de tu sombra, aun siendo para descansar, de paso hacía jardines nuevos u otros tantos inacabados.

…Y ahora toca saberte belleza, extraerte. Saber que no estamos aquí para apoderarnos de los brotes de los árboles, de las caricias y las sonrisas, sino para modelar y conformar el paisaje que ofrecerá desinteresadamente su sombra y esos juegos de luces con los que vestimos instantes de eternidad,  y que servirán como deleite, cobijo, paz, indicio o lección para cualquier caminante, para cualquier pasajera pupila. 

Comentarios