Te dejo
Peor que la bomba atómica, los
huracanes, un choque de trenes, una tormenta tropical. Su cuerpo sufrió una
implosión con aquella estúpida frase. Te
dejo. Nunca las palabras le habían hecho tanto daño. A veces se ponía
triste cuando leía poesía. Pessoa le hacía llorar. Allí estaba sentada, con la
mirada perdida. Recordó la vez que volvieron a verse. Octubre siempre era gris.
Esa tarde el café quemaba más de costumbre y las manos le temblaban. No sabía
cómo reaccionaría al ver su cara después de tanto tiempo. De pronto todo olía a
tierra mojada y cuando entró por la puerta, se abrazaron tanto que el odio se hizo
volátil. Comprendió que todo aquello era producto de la más absoluta inmadurez.
Los sentimientos se obvian, se tapan, se enmascaran. Queremos dar la impresión
de que no pasa nada. Te dejo. Todo se
convirtió en vacío. Pensaba que con los
meses le dejaría de doler y que podrían mantener una relación cordial. Pero no
eran desconocidos. Conocía como movía los brazos cuando caminaba con prisa por
la calle y que desayunaba algo que era más propio de conejos que de personas.
Sabía que odiaba las relaciones virtuales porque era incapaz de dar besos a
través de una pantalla. El aroma a vainilla cuando salía de la ducha. Su cara
seria cuando le contaba un chiste malo y la media sonrisa cada vez que le hacía
un truco de magia. Te dejo. Comenzó a
sonar “La estación de los amores”. Te
dejo.
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