Me regalo el sonido del mar


Lo entendí horas después. Que aquellos besos eran una despedida.
Y lo sabía. Lo sabía desde el momento en que volví a sonreír por primera vez.

Después te tuve, y desde que te tuve no sabía lo que tenía. Ganas. O quizás miedo. O puede que tantas ganas que daban miedo.
Y eso que con el tiempo he aprendido a dejar el miedo debajo de la cama. Pero siempre llega el dichoso momento de volver y a mí se me pasa por la cabeza que hueles como casa. A café con leche por la mañana. Al jersey tres tallas más grande de los domingos. Y sé que soy yo, porque tú solo hueles jodidamente bien.
De mirarte y no saber por qué quererme perder allí, ya que quedarme es imposible.
De sorprenderme pensando que puedo traerte el mar a Madrid.

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