No la mires a los ojos

No la mires a los ojos. Evita todo contacto visual. 
Así no podrás ver cómo te mira ella. Ni cómo cierra los suyos cuando te colocas estratégicamente a un centímetro de su boca. Y cierras los tuyos también y ya no la ves. Pero la sientes.

No la mires a los ojos. No lo hagas. 

Mírale a los labios. Cómo se los muerde y juega nerviosa con ellos mientras le cuentas la primera tontería que se te pasa por la cabeza para hacerla sonreír. Y sonríe. Y la miras. Y luego es ella la que empieza a hablar, pero tú estás tan concentrada en cómo se mueven sus labios para no mirarle a los ojos que lo has vuelto a hacer. Y te has perdido. Y la besas.

Que no la mires. A los ojos no. Ni a los labios.

A la clavícula tal vez. Cómo se mueve mientras respira. Cada vez más rápido mientras consigues que le tiemblen las piernas. Y ahora os perdéis la una en la otra.

No la mires a los ojos. Porque luego cerrarás los tuyos cuando no esté, y seguirán ahí, mirándote.


En serio, no la mires. No. 

Pero no la dejes de mirar. 
A Ella no.

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