La poesía inacabada
Recuerdo que yo sólo quería descubrir que detrás de una
cerveza llegaba otra.
Y después de la última cerveza no llegaba nada, o alguna que
otra excusa.
No quería saber cómo te llamabas,
pero ya habías repetido Abril más de dos veces.
Me confesaste que ya habías muerto de amor y que quizás yo
sólo veía fantasmas
y que puestos a elegir preferías los domingos en la cama y
la música de discoteca
porque ya no aguantabas más otro estribillo triste
ni otra poesía inacabada.
Yo sólo reprimía las ganas de enseñarte que unos labios como
los tuyos
sólo podían provocar que todo el mundo se masturbase.
Pero de pronto te llenabas de pena
y yo me quedaba sin poder entender cómo alguien así podía
llorar
debatiéndome si en ese momento quería hacerte cosquillas
o promesas.
Pero ya sabía que te llamabas Abril,
que el miedo existía,
y como no quería ponerle nombre a nada
comencé a lamer cada palabra.
Dio igual que cerraran el bar y tuviéramos que ir a la
calle.
Te invité a enseñarte que el mundo se para dentro de mi cama.
Así fue como entre las sábanas descubrí que hasta odiándote
te quiero.
No es que me sobre espacio
es que me faltas tú.
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