Y de golpe la nausea
Nos devoran los insectos.
No diferencian vidas o muertes,
no es su oficio,
es su roce, es su instinto.
¿Harán función, bajo estos huesos,
de espantapájaros los ecos de algún gemido,
de rabo de buey ahuyentando voracidades?
Era todo tan perfecto hace cinco minutos
-los réquiem pueden asaltarnos en las esquinas de cualquier beso-;
un sucio deseo me sorprendió en la cadera desnuda de tu sonrisa,
una caricia de hedionda putrefacción que envilecía todo:
Preciosa,
será mejor que separemos las cestas,
tanto insecto empieza a hacerme sospechar.
Puede que nunca sepamos cuando pudrimos
-o si ya lo estamos haciendo-,
en estas voraces y ansiadas demencias
de rozarnos los instintos sobre la hierba.
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